11 jul 2011

CUANDO FUIMOS CAMPEONES DEL MUNDO DE FÚTBOL

Nuestro deporte había conocido el éxito mundial en baloncesto, balonmano, tenis, ciclismo, waterpolo, deportes de motor (Fórmula 1, rally, motos), fútbol sala, con grandes atletas, y otros muchos deportes minoritarios que habían tenido su momento de gloria internacional. Sin embargo, para un país futbolero como el nuestro, siempre nos quedaba una espina clavada con la selección española que no había sido capaz, incluso en los momentos donde podía aspirar a algo importante, de materializar en éxito la tradición de este deporte en España y la cantidad de aficionados y de dinero que mueve. Con la victoria en la Eurocopa de Austria y Suiza en 2008 la historia cambió. En los cuartos de final contra Italia, en los penaltis, el pesimismo volvía a invadir nuestra voluntad, ya teníamos preparado aquello de “ya lo sabía”, “siempre la misma historia”, “estos italianos, al final quedan campeones”, “en los penaltis no ganamos ni a las chapas”, etc, etc. Pero no fue así, y la victoria en los penaltis fue como desatascar una tubería para que los nervios fluyeran con racionalidad y a partir de entonces dejasen de ejercer la presión que atenazaba históricamente a los jugadores.
Desde que tengo uso de razón solo había visto a la selección ir de tropiezo en tropiezo, fracaso tras fracaso, como el estrepitoso ridículo del Mundial que se organizó en 1982.  La mala imagen dada en nuestro mundial dio paso a la Eurocopa de Francia del 84. Con Francia y Alemania como grandes favoritas, ambas venían de ser semifinalista y finalista respectivamente en España’82, la selección había logrado clasificarse para la fase final en el mítico encuentro de los doce goles a Malta. Después de dejar eliminadas a Alemania y a Dinamarca, con un gran equipo por entonces, la desgracia llegaba en la final. Una falta lanzada por Platini se le escurría por debajo del cuerpo al gran portero Luis Miguel Arconada cuando ya había bloqueado el balón. Golpe decisivo en un partido muy igualado hasta entonces. España terminaba perdiendo (2-0).


Dos años después llegaba el Mundial México’86. El mejor momento de la llamada “quinta del buitre”, encabezada por Emilio Butragueño. Buen mundial de España que llegó a los cuartos de final y, merecedora de ser semifinalista, cayó en los penaltis ante Bélgica con un fallo de Eloy. La tristeza y la desolación volvían a estar presentes en los jugadores y aficionados.


Otro de los momentos amargos del fútbol español fue el Mundial de Estados Unidos en 1994. De nuevo los cuartos de final, y en esta ocasión Italia. Con su juego ramplón, los italianos llegaron a la final. De un partido en el que España debió ganar, siempre se recordará la imagen de Luis Enrique sangrando por la nariz después de un manotazo de Tassoti dentro del área que hubiera sido penalti, pero que ni el árbitro ni el juez de línea vieron o quisieron ver.
   



España volvía a tener una nueva posibilidad de hacer algo meritorio en una competición internacional. Fue en 1996, en la Eurocopa de Inglaterra, cuando en los cuartos de final, España barrió a la selección anfitriona pero no supo aprovechar sus oportunidades. Se llegaba una vez más a los penaltis y la historia se repetía, España caía 4-2.
En 2002, Mundial de Corea del Sur y Japón, España volvió a rozar las semifinales. La selección anfitriona fue nuestro rival en los cuartos de final. Los arbitrajes habían favorecido de manera descarada a los coreanos que también lo fueron en el partido contra España. Increíble, pero otra vez los penaltis nos dejaba sin las semifinales. Joaquín falló el penalti que le dio a los coreanos el paso a la siguiente ronda.
A partir de ahí, discretas participaciones hasta llegar a la Eurocopa de Austria y Suiza en 2008. Con la dirección de Luis Aragonés, la selección comenzó a destacar por hacer un fútbol vistoso a la vez que efectivo. El partido clave sin duda fue el de cuartos de final contra Italia. Era Italia y eran los penaltis. España superó la barrera de los cuartos y también la barrera psicológica del miedo al fracaso. Con un gran fútbol, España quedaba campeona de Europa tras ganar en la final a Alemania (1-0)
El gran momento llegaría el 11 de julio de 2010. España y Holanda jugaban la final del Mundial disputado por primera vez en el continente africano. Después de un comienzo de campeonato donde los fantasmas volvieron a resurgir con la derrota ante Suiza, la selección mostró su madurez, y la mejor generación de futbolistas que ha dado este país, ahora dirigidos por Vicente Del Bosque, lograron coronarse campeones del mundo con un gol de Iniesta en la prórroga.


A veces me planteo si tantos nervios, tanta angustia contraída, ese corazón que parece que se va a salir del cuerpo, vale la pena. Muchos dirán que es solo deporte, nada trascendente ocurra lo que ocurra, pero lo cierto es que todo un país vibró con ese triunfo. No es una cuestión patriótica, pero todos nos sentimos orgullosos de nuestra selección y de nuestra bandera. De lo contrario, cuándo hemos visto banderas nacionales colgadas en los balcones desde Canarias hasta el País Vasco. Está claro que el deporte une mucho más que la política, la cual tiende más a separarnos, a remarcar las diferencias, que a confluir en los rasgos que compartimos.

El placer de la victoria, eso es lo que sentí tras el partido. El cuerpo se le queda a uno con una irreductible sensación de euforia. Y sí, vale la pena el sufrimiento, es sentirte vivo, experimentar sensaciones como las que se puede experimentar en otros espectáculos, pero en este caso, más radicales.  

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