18 abr 2012

Y EL REY PIDIÓ DISCULPAS

Si valen las comparaciones, podemos decir que el suceso protagonizado por el rey Juan Carlos I ha sido un error del tamaño de un elefante. Y es que la cacería en la que el monarca sufrió un accidente tras el que tuvo que ser intervenido de la cadera, sí que le está quitando el sueño, al menos, dada la polémica suscitada y la imagen que se ha dado a los ciudadanos, así debería ser, quizá más que todos esos jóvenes en paro que le quitaban el sueño allá por Navidad. Independientemente de que esa cacería no fuese pagada con el dinero que se le tiene asignado a la Casa Real en los Presupuestos Generales del Estado, la coyuntura socio-económica de este país no está para ver cómo el jefe del Estado pasa unos días placenteros cazando elefantes, mientras el país pasa por uno de los momentos más delicados de las últimas décadas. El Rey tenía que buscar la fórmula para disculparse ante los españoles. Guardar silencio ahora e intentar dejar pasar este asunto esperando que el tiempo lo borre no habría echo más que empeorar la situación. Don Juan Carlos aprovechó su primera aparición pública tras el alta hospitalaria, y ante los medios de comunicación, para disculparse: "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir". Parece la manifestación de un niño que ha hecho una travesura y al verse pillado no le cabe otra que  asumir su error. Puede ser insuficiente para unos y adecuado para otros esta forma de disculparse, pero seguro que ha sido un mal trago para el jefe del Estado afrontar esta situación.
La monarquía, como institución, y el rey Juan Carlos, en especial, gozan de una importante y valiosa estima entre los españoles. Es cierto que no es la primera vez, pero calibrar el momento es lo mínimo que se le puede exigir al jefe del Estado. Acciones como la acaecida no solo hacen daño a la figura individual del rey, sino que también perjudican a la institución y hace peligrar la concepción que hasta ahora tienen los ciudadanos del monarca y de la monarquía como institución más valorada. El Rey debe pensar en el presente y en el futuro de la monarquía, en preservar la buena imagen ganada a pulso durante estos 37 años de reinado y dejar un legado al futuro rey, su hijo Felipe, que no esté salpicado de lleno por acciones erróneas que pueden ir poco a poco diluyendo el crédito que la Casa Real aún ostenta.
Tampoco es justo cuestionar por este hecho la labor de don Juan Carlos en su reinado, los hechos están ahí y son incontestables, más allá del discurso ideológico de estar a favor de la monarquía o de la república. Otro debate bien distinto es plantear si el Rey mantiene viva la ilusión de seguir con la jefatura del Estado, o bien ha llegado la hora de abdicar. Aunque parece oportunista plantearlo en este momento, el deterioro físico que el rey ha experimentado en los últimos años es evidente y cabe preguntarse si el rey está aún en plenas facultades físicas y anímicas para hacer frente a la responsabilidad que conlleva la jefatura del Estado.