12 feb 2011

TRAS EGIPTO, ¿QUIÉN SERÁ EL SIGUIENTE?


Después de casi tres semanas de protestas el pueblo egipcio ha conseguido que Hosni Mubarak abandone la Presidencia del país, que venía ocupando desde hacía tres décadas. A lo largo de todos estos días en los que la plaza de Tahrir, en El Cairo, se había convertido en el centro de las protestas de los opositores, el régimen confió en que podía atenuar las protestas con algunas modificaciones, cambios que poco a poco fueron haciéndose más profundos pero que, sin embargo, no terminaban por calmar la situación, sino más bien aumentar la crispación del pueblo. Todo porque las reformas iniciadas no satisfacían la principal demanda de los manifestantes, la salida definitiva de Hosni Mubarak de la Presidencia de Egipto, y con ello, el inicio de una auténtica transición a la democracia. 

Finalmente Hosni Mubarak no tuvo más remedio que presentar su dimisión ante una situación que ya no controlaba y la presión internacional que le señalaba directamente. Ahora se abre un periodo incierto. El primer paso está dado, el Ejército ha tomado el poder y El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ha establecido una serie de medidas a seguir, entre ellas pasar el poder a una autoridad civil. Los denominados Hermanos Musulmanes, principal fuerza opositora en el país, piden mayor celeridad en las medidas y exigen la derogación inmediata de la Ley de Emergencia, la disolución del Parlamento, la formación de un nuevo gobierno y libertad para la formación de partidos políticos.

Pero si algo hay que tener en estos momentos es calma. La tranquilidad suficiente para hacer las cosas bien y sin precipitaciones. Todos deben tener en cuenta que la transición a un nuevo sistema democrático no se hace en pocos meses y que conlleva una importante dosis de responsabilidad en las formaciones políticas que pretendan convertirse en candidatas para dirigir el país, así como en sus ciudadanos. El periodo de transición no puede convertirse en una situación de conflicto permanente que entorpezca el avance del país en el camino iniciado ahora.

La comunidad internacional ve con buenos ojos este cambio. El pragmatismo ha llevado durante años a hacer la vista gorda con el régimen de Mubarak. Egipto ha cumplido con sus tratados internacionales, entre ellos con Israel. Además, no ha dejado que el islamismo radical tuviera en su territorio un poder de desarrollo como sí lo tiene en otros países árabes. Por estas cuestiones, la comunidad internacional no se planteó nunca un debate sobre la democratización de Egipto. Pero no esperaba una reacción popular contra el régimen como la que estalló hace 18 días, contagiada por las movilizaciones de Túnez que obligaron huir a Zine El Abidine Ben Alí. La apuesta es la democracia, algo que no nos debería sorprender. Sin embargo, no cabe duda que la atención a lo que suceda en esa parte del mundo tiene en alerta a todos los servicios de inteligencia, especialmente al estadounidense, por las consecuencias que aún están por llegar y que, de momento, son una auténtica incógnita. 

Argelia, ¿la próxima?

De la misma manera que las revueltas estallaron en Túnez, lo hicieron en Egipto, otros países árabes también han tenido que adoptar medidas ante las protestas que comenzaron a pedir modificaciones democráticas. Este mismo sábado, Argelia ha vivido la manifestación más numerosa en una década, reprimida sin vacilación por las fuerzas de seguridad. Desde 1999, Abdelaziz Buteflika preside un país estratégico por sus riquezas naturales: gas y petróleo. En 1992, los militares deciden dar un golpe de Estado para impedir que el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganara las elecciones. 

El FIS, formación que pretende la islamización social de todo el país, ganó las elecciones municipales de 1990 obteniendo el 65% de los sufragios y dominando claramente las principales ciudades argelinas. En las elecciones generales de 1991 obtuvo en la primera vuelta un resultado que le acercaba al gobierno, motivo por el que el presidente, Chadli Benyedid, favoreciese un golpe de estado para evitar su llegada al poder y, posteriormente, ilegalizar el partido. Como consecuencia, el país entra en una guerra civil en la que murieron más de 150.000 argelinos. Buteflika rechaza ser presidente interino en 1994, pero sería en 1999 cuando los militares le aúpan al poder definitivamente, respaldándole en las elecciones presidenciales. En la actualidad el FIS rechaza el uso de las armas, pero no su objetivo de islamización.

La oposición pierde el miedo, como lo hizo en Egipto. Por ver queda si las manifestaciones continuarán o si, por el contrario, se quedan en una tímida muestra de protesta exigiendo cambios democráticos. Los próximos días veremos la auténtica cara de la situación.

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