27 abr 2011

LA ENERGÍA NUCLEAR, DILEMA DEL FUTURO

Lo paradójico de la historia y de la vida misma ha hecho que este martes, 26 de abril, se cumpliera 25 años del accidente nuclear de Chernóbil, justo cuando el planeta vive otra vez una crisis nuclear ocasionada por el ‘tsunami’ que afectó a la central de Fukushima, en Japón. El accidente de Chernóbil (Ucrania) es hasta ahora el más grave registrado, pero los acontecimientos en la central nuclear de Fukushima han sido calificados de nivel VII en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares, el mismo nivel que alcanzó la central ucraniana.
El 26 de abril de 1986, la explosión del reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil, extinta Unión Soviética, desencadenó la mayor catástrofe nuclear a la espera de las consecuencias de lo que en estos momentos sucede en la central de Fukushima, consecuencias aún imprevisibles. Cerca de 200.000 personas perdieron la vida, según fuentes ecologistas, otras fuentes oficiales hablan de 100.000. La nube radiactiva llegó hasta el Reino Unido y en la actualidad continúa siendo un problema del todo no resuelto. Una buena parte del presupuesto de Ucrania se destina a las secuelas del accidente de Chernóbil, las mediciones de elementos tóxicos en frutas, leche y verduras continúan siendo preocupantes, pero lo más grave es que el riesgo nuclear persiste en la zona ante el deterioro del actual sarcófago y el retraso en la construcción de uno nuevo que dé seguridad y evite posibles fugas radiactivas. El coste de este segundo sarcófago asciende a 1.600 millones de euros. Esta construcción debería cubrir el viejo sarcófago.
El mundo sigue en vilo lo que sucede ahora en Fukushima, donde a raíz del ‘tsunami’ que siguió al terremoto de 9 grados de magnitud el pasado 11 de marzo, se produjo una nueva crisis nuclear que poco a poco fue adquiriendo dosis de mayor preocupación y gravedad hasta alcanzar el nivel VII, tal y como lo hiciera Chernóbil.
El debate histórico sobre la energía nuclear vuelve a surgir con fuerza. Los argumentos a favor y en contra se cruzan y el enjuiciamiento sobre la idoneidad de apostar o no por la energía nuclear no es fácil. Desde un punto de vista humanista, si podemos aplicar este término, la gravedad y la dimensión de un error o un accidente en una central nuclear pueden ser tan devastadores que nos alejaría de la opción de apostar por este tipo de energía. Desde un punto economicista, la cuestión que trasciende es si el desarrollo de este mundo en el que vivimos, con unos países desarrollados que demandan gran cantidad de energía, y a ser posible más barata para seguir siendo competitivos, y con otros países en vías de desarrollo con cientos de millones de habitantes, puede satisfacer las necesidades energéticas recurriendo a las tradicionales energías (carbón, gas, petróleo) y a las denominadas renovables o alternativas. El debate se presenta como un dilema en el que la energía nuclear se juega su futuro. Futuro que va más allá de la buena voluntad de luchar y creer que las energías renovables pueden aportar el cien por cien de la energía que necesita este planeta. Podemos vivir sin energía nuclear, sí, no me cabe la menor duda, pero a qué coste. No creo que haya un acuerdo mundial para abandonar este tipo de energía. Adoptando una postura realista y no voluntarista, dudo que los países que cuentan con un plan desarrollado de centrales nucleares decidan abandonar esta idea. Pongamos por ejemplo nuestro vecino francés. El 75 por ciento de su energía eléctrica proviene de las centrales nucleares. Qué pasaría si España decidiera abandonar definitivamente la energía nuclear y desarrollar toda una red mixta de energías renovables que pueda cubrir la demanda de electricidad. Sería loable si se consiguiese un equilibrio energético, pero el riesgo nuclear no desaparecería de España. Muchas dudas existen también sobre la capacidad real de las energías renovables, su almacenamiento y su volatilidad, ya que depende de factores ambientales que pueden estar sujetos a continuos cambios.
Se ha insistido en la seguridad de las centrales nucleares actuales, pero nadie puede determinar una seguridad del cien por cien. El ejemplo más evidente es justamente el de Fukushima. Centrales nucleares creadas para soportar innumerables movimientos sísmicos, incluso de magnitud 9, pero donde siempre habrá un factor inesperado, no controlable, que puede dar al traste con los estándares de seguridad más avanzados que puedan existir.
Con la crisis nuclear suscitada por Fukushima, la clase política entró en histeria conocedora de la mala prensa que tiene la energía nuclear y su mayoritario rechazo popular. La canciller alemana, Angela Merkel, anunció que su Gobierno cerrará temporalmente las siete centrales nucleares del país que comenzaron a operar antes de 1980 y que todos los reactores nucleares de Alemania serían sometidos a férreos controles. Francia, segunda potencia nuclear, anunció una revisión de los sistemas de seguridad de todas las centrales nucleares a la vista de lo sucedido en la planta atómica de Fukushima para reforzar la seguridad. Otros países también han seguido esta línea y han anunciado medidas de control y revisiones exhaustivas de sus reactores y centrales nucleares. En ningún caso se ha barajado la posibilidad de renunciar a la energía nuclear.

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