21 nov 2011

LA PREVISIBLE MAYORÍA ABSOLUTA DE RAJOY

Como las encuestas avanzaban y la percepción ciudadana así lo indicaba también, el Partido Popular (PP) ha obtenido la mayoría absoluta en las elecciones generales con una amplia ventaja y los mejores datos de su historia. A la vez que el PP gozaba de una victoria sin precedentes, los socialistas, con su cabeza de cartel, Alfredo Pérez Rubalcaba, sufrían su mayor debacle electoral del periodo democrático español con tan solo 110 diputados, lejos incluso de las previsiones que manejaba el propio partido y que lo podían situar alrededor de los 120 diputados. La herencia socialista del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, junto a una campaña electoral con unos mensajes que volvían a incidir en errores pasados, ha puesto en bandeja el triunfo aplastante de los ‘populares’ en unas elecciones vistas desde Europa con especial atención. Cabe preguntarse si la victoria de Mariano Rajoy se produce por propio mérito o por demérito del rival. Lo cierto es que la mayoría de los ciudadanos han elegido un cambio y han castigado duramente a los socialistas, a quienes han hecho responsables de buena parte de la situación económica del país.

La sangría de voto del PSOE puede dar contestación a la anterior pregunta. Los votantes del PP son fieles a sus siglas y la variación al alza no es tan espectacular como lo es la pérdida de votos socialistas hacia partidos como Izquierda Unida o Unión Progreso y Democracia (UPyD). La estrategia socialista de intentar evitar la pérdida de votos por su izquierda no le ha salido bien, el descontento y la falta de credibilidad de un candidato venido del propio Gobierno ha pasado factura. Asimismo, el triunfo del PP ha estado acompañado de una celebración contenida, el futuro Gobierno de Mariano Rajoy tendrá una legislatura complicada, quizá de las más compleja de nuestra era democrática. La profunda crisis económica que vive el país con cinco millones de parados, la presión de los mercados internacionales y las condiciones establecidas por la Unión Europea para controlar el déficit público, obligará, sin duda, a tomar medidas drásticas que pueden hacer tambalear la concepción de lo que hasta ahora entendíamos por estado de bienestar. Y es que esta crisis debe suponer un cambio de mentalidad en la propia sociedad española ya que no podemos seguir evaluando la actual realidad con los modelos y parámetros de hace cinco o seis años.

Sin entrar en los orígenes de la crisis y de su gestión, la realidad que tenemos delante es la que es. El Gobierno de Zapatero se vio obligado a adoptar ciertas medidas por imperativo de la Unión Europea, el mismo imperativo con el que se encontrará Rajoy. La capacidad de libertad que tendrá el Gobierno de España para manejar la economía nacional sin que intervenga directamente consignas desde Bruselas es limitada, casi inexistente si la economía no da atisbos de mejoría y la crisis de la deuda no termina por controlarse. Europa está marcando los pasos a seguir y cada vez será más estricta en esos pasos. La encrucijada está servida. Obedecer sin rechistar o rechistar y vernos abocados a una situación límite que podría deparar un futuro incierto para nuestro país, incluso fuera de la eurozona.

Podemos cuestionar la política de Angela Merkel, empecinada en llevar la voz de mando en una Europa donde quiere que todos bailen al ritmo que lo hace Alemania, pero las alternativas no son muchas. España está en un escenario de debilidad y limitada para adoptar por sí una respuesta ante la especulación financiera sobre la deuda, responsabilidad sin duda de los gobiernos pasados, pero también de la dejación de una política económica europea que ha permitido ciertas incoherencias en su funcionamiento y que hasta ahora no ha dado con la solución a un problema que ha ido en aumento progresivamente hasta la situación actual. Grecia, Irlanda, Portugal, rescatados por la Unión Europea, e Italia y España en el centro de todas las miradas y sospechas ahora. Pero quién no descarta que otros países entren en el ciclón casi insaciable de los mercados cuyo objetivo parece ser la moneda europea. 

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