20 ene 2012

CIUDADANO GARZÓN

El juez de la Audiencia Nacional Baltazar Garzón comenzó esta semana su periplo por los juzgados,  lugar que no le es ajeno, pero en este caso desde otra óptica a la que está acostumbrado, como un ciudadano más que se sienta en el banquillo de los acusados. El Tribunal Supremo tiene tres causas abiertas contra el juez, la primera de ellas ha comenzado a juzgarse esta misma semana, las escuchas entre imputado y abogado en la trama de corrupción conocida como ‘caso Gürtel’. Además, quedan pendientes la causa por los crímenes del franquismo y la relacionada con su estancia en Nueva York y las ayudas otorgadas por varias empresas, entre ellas entidades bancarias como el Banco Santander o el BBVA.
La polémica y la valentía han sido dos términos que pueden asociarse perfectamente a su trabajo como juez, más allá de la intencionalidad o no de convertirse en el juez más mediático de nuestro país y con una gran proyección internacional, por algo se le ha tachado de ‘juez estrella’, calificativo que Garzón ha sabido alimentar magistralmente con algunas decisiones; unas valientes, rigurosas y certeras, otras oportunistas, y muchas con una finalidad más que dudosa. Tiene fervientes seguidores, así como detractores que no escatiman la oportunidad para lanzar sus dardos envenenados al juez, como si estrella de la canción o del deporte se tratase. La figura de ‘juez estrella’ ha podido con Garzón hasta el punto de terminar por creerse el papel de héroe de la humanidad, su personaje se ha comido literalmente al juez que debería ser.
Desde los GAL, donde se introdujo en las cloacas del Estado para poner en jaque al Gobierno por entonces socialista de Felipe González -las malas lenguas dicen que por despecho después de que, siendo número dos por la lista de Madrid, no lograse ser ministro-, hasta su lucha contra el narcotráfico, su actuación contra Batasuna y el entorno de ETA, pasando por el ‘caso Pinochet’, Bin Laden, o los más recientes relacionados con el franquismo y el Gürtel, han estado marcados por su inquebrantable voluntad de justicia, no lo pongo en duda, pero con un trasfondo en ocasiones contaminado por factores externos que ponían en tela de juicio el porqué y para qué de las causas iniciadas. El oportunismo de muchas de sus decisiones y las criticables instrucciones que, según los entendidos, eran habituales en el juez, oscurecían su trabajo en la Audiencia Nacional donde germinaba el recelo de muchos de sus colegas de profesión.
Pero lo cierto es que Garzón ha pasado de héroe a villano, y lo vemos ahora acudiendo a ser juzgado y no a juzgar. Estar al límite de la legalidad para realizar sus pesquisas parece que en esta ocasión le ha dejado en mal lugar. El fin parecía justificar los medios, y eso es precisamente lo que se juzga en la causa de las escuchas en el 'caso Gürtel'. El magistrado se enfrenta a una acusación de prevaricación al dictar dos autos que ordenaron la intervención de las comunicaciones entre imputado y abogado en prisión que están protegidas en el ámbito de la privacidad y la confidencialidad entre abogado y cliente. No obstante, los fiscales Pilar Fernández y Antolín Herrero piden la absolución para el juez. Los cierto de todo esto es que, inocente o culpable, el juez no midió bien las posibles consecuencias negativas de dichas escuchas para la instrucción del caso.
El afán de Garzón lo ha llevado a sentarse en el banquillo, como también lo hará por la investigación sobre el franquismo, en un intento revisionista de enjuiciar las desapariciones en la dictadura del general Franco, atribuyendo a personas fallecidas delitos que habían prescrito o que estaban amnistiados. A todo ello, se le suma que la Audiencia Nacional no era competente para abrir ese procedimiento. Una vez más, el afán de Garzón lo lleva más allá de las posibilidades legales a las que él también, aunque juez, está sometido.


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